El Valle que huele a primavera

De cuando descubrí que no solo se cultivan frutos en el Valle del Guadalhorce, sino también perfumes que nos acarician, invisibles y acogedores.

El azahar de los naranjos viaja en primavera y consigue embriagarnos, con el aire como único cómplice.

He oído historias sobre la fábrica de esencias de Álora, y que Andalucía entera acostumbraba a perfumar patios, pieles y sueños.

Por eso, como aprendiz del Valle, hoy sé que el perfume no se lleva solo en pequeños frascos, sino también en la memoria.

El aroma perdido

En tiempos tan antiguos que ni los más ancianos recuerdan, hubo en estos campos del Valle unos naranjos cuyas flores no emanaban su dulce olor.

Según cuenta la leyenda, una muchacha que provenía de otros reinos conoció a un joven vendedor de fragancias, que tristemente se lamentaba porque sus naranjos y limoneros florecían en silencio, sin aroma.

Cada amanecer recorría los campos del Valle oliendo el aire, pero era inútil. Las fragancias de antaño se habían desvanecido.

La muchacha comprobó por sí misma que así era, y algo le llamó la atención.

—¿Y esas paredes tan altas? —preguntó.

—¡Ah! Son para que los aromas no se escapen con el viento —respondió él.

Un aroma suave, dulce, eterno llegó a ellos del otro lado de aquella pared.

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—Ese es el único árbol cuyas flores me alegran el día —dijo el joven.

Entonces la muchacha le dijo:

—No todos los aromas se encierran en una botella. Hay algunos que vuelan libres, gustan de viajar con el viento, para que todo el que pasee por aquí recuerde la dulzura de la primavera.

El muchacho comprendió, hizo quitar aquellos muros y el aire de primavera despeinó cada árbol en flor.

Ellos respondieron con la manifestación de su alegría: el aroma.

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Clara Belén Gómez

Artista plástica y digital. Le apasiona explorar el arte a través de la pintura y de la creación literaria. Su trabajo combina técnicas tradicionales y digitales, siempre con una mirada poética hacia los pequeños detalles.