En nuestra comarca es habitual ver la imagen del tractor arando la tierra en preparación para la siembra. También es habitual ver al vecino, chapulina en mano, afanado en picar la tierra para su descompactación antes de sembrar.
El arado es una práctica heredada a través de generaciones -no tanto el arado mecanizado- y que “se ha hecho así toda la vida”. Pero, ¿y si les dijera que existe un camino diferente, una forma de trabajar la tierra que puede ahorrarnos tiempo, combustible y, a la vez, hacerla más fértil y resistente? Hoy vamos a hablar de una práctica que cada vez más agricultores están adoptando: la no-labranza o labranza mínima.
¿Qué ocurre cuando aramos el suelo?
Cuando pasamos el arado, nuestro objetivo es airear la tierra, controlar las “malas hierbas” y preparar una buena cama de siembra. Sin embargo, bajo la superficie, el arado tiene un impacto más profundo de lo que a veces imaginamos.
Bajo nuestros pies hay todo un ecosistema de seres vivos: microorganismos, hongos y pequeños invertebrados a los que no les gusta tanto la exposición al oxígeno y la luz del Sol. Estas formas de vida, en su mayoría, viven en los primeros 15 centímetros de profundidad del suelo. Y, como decimos, no les gusta nada la exposición solar. No es cuestión de que se pongan unas gafas de sol y se retiren a otro lugar con sombra, es que la luz solar acaba con su existencia.
¿Qué ocurre cuando removemos y volteamos el suelo? Pues que estos seres vivos quedan expuestos a la luz solar y a una gran cantidad de oxígeno, muriendo casi al instante. La pena es que la gran mayoría de esos organismos son beneficiosos para nuestros cultivos.
¿Alguien ha oído hablar de las micorrizas? Seguro que sí. Seguro que en alguna ocasión, incluso, ha ido al vivero a comprar micorrizas para echarlas al suelo, ya que son excelentes aliados de todo lo que tiene raíz. Pues ¿cómo se te queda el cuerpo si te digo que estas micorrizas son las primeras que mueren cuando aramos? O, dicho de otro modo: Que las micorrizas se forman de manera natural en el suelo y, en cada arado, las destruimos. Un “micorricidio” en toda regla.
Lo mismo ocurre con otros hongos y bacterias presentes en el suelo a los que no les gusta la luz solar.
El suelo es el sistema digestivo de las plantas
El suelo se encuentra compuesto principalmente de minerales y metales que sirven de alimento para las plantas. He aquí el famoso NPK – Nitrógeno, Fósforo, Potasio-, y están aquí todos aquellos micronutrientes (hierro, azufre, calcio…) tan esenciales para que nuestras huertas obtengan productos sanos.
Pero, amigo campesino, las raíces de las plantas no son capaces -por sí mismas- de absorber la mayoría de estos nutrientes. Necesitan, precisamente, de la acción de estos microorganismos del suelo para que estas sustancias estén biodisponibles. Si no, en muchas ocasiones, nos encontramos con lo que venimos llamando “nutrientes secuestrados” en el suelo. Nos referimos con ello a nutrientes que, a pesar de estar presentes en el suelo, no pueden pasar a través de las raíces y, por tanto, no pueden servir de alimento para las plantas.
Podríamos decir que el suelo es para las plantas lo que para nosotros es nuestro sistema digestivo. Sin la acción de nuestro sistema digestivo, los nutrientes no podrían ser incorporados a nuestro torrente sanguíneo. Lo mismo ocurre con los microorganismos del suelo. Sin ellos, nuestras plantas no pueden alimentarse bien. De nada servirá que incorporemos al suelo polvo de azufre, hierro, o NPK, si no tenemos la presencia de los microorganismos.
Un suelo arado se compacta más fácilmente
Claro que, cuando aramos, lo que hacemos es descompactar el suelo. Pero en la mayoría de los casos esta descompactación es temporal -efímera, diría yo-. La prueba es que los suelos que se laborean precisan de labranza una o dos veces al año. Esto es, en gran parte, debido a la microsedimentación.
Los microsedimentos son partículas de tierra que se disuelven con el agua y, al secarse, forjan una película de partículas muy pequeñas, muy unidas y sin huecos entre ellas. Es como si se crease una capa de arcilla. A la larga, todos estos microsedimentos provocan el tan conocido como temido “pie de arado”.
También, al arar, perseguimos la aireación del suelo. Pero, claro, si pronto volvemos a tenerlo compactado, poco aire va a quedar en nuestro suelo.
Un suelo arado es el preferido de las “malas hierbas”
La famosa grama. Esa hierba que genera multitud de pequeñas raíces, de 8-15 centímetros de profundidad y que convierte el suelo en un bloque. La enemiga de la horticultura. Sabéis de cuál os hablo ¿verdad?.
¿Y si os dijera que la función de esa hierba es, precisamente, retener la superficie del suelo?. Son como las plaquetas del ser humano. Hay una herida superficial en la piel y ahí van ellas a hacer pantalla. Pues esto es lo que ocurre en el suelo, creamos una alerta en el medio y allí que va la “Gramambulancia” corriendo.
Os puedo asegurar que si no rompemos el suelo, la grama deja de aparecer. Tarda. Pero deja de aparecer. Y si aparece, podemos extraerla del suelo con dos dedos de la mano -indice y pulgar, concretamente-. Tengo vídeos de mi huerta que así lo atestiguan.
Existen alternativas para descompactar y airear el suelo. Imitando a la naturaleza
Hay varias técnicas para conseguir una tierra suelta, un suelo mullido, poroso, que haga las delicias de las raíces de nuestras plantas. Todas ellas se basan en imitar lo que ocurre en la naturaleza, concretamente en los bosques. En relación a esto, en los bosques ocurren varias cosas de forma simultánea: la acumulación de materia orgánica en el suelo, el crecimiento de hierbas apropiadas, la cobertura vegetal y la presencia de animales con interacción edáfica.
Aportar materia orgánica continuamente
La primera es algo que estamos ya acostumbrados a hacer: aportar materia orgánica al suelo. Quien más o quien menos, prepara sus camas de cultivo con estiércol o compost. La mezcla del suelo con esta materia orgánica hace que tengamos una superficie esponjosa apta para el crecimiento de nuestras plantas. En lugar de volver a arar el suelo la siguiente temporada, podemos seguir acumulando materia orgánica en la cama de cultivo y, así, poco a poco, el suelo de debajo se va a ir descompactando.
¿Cómo? Por un lado, gracias a las raíces de nuestras plantas, que lograrán penetrar mínimamente en el suelo compactado. Por otro, logrando tener tal acumulación de materia orgánica que sea atractiva para las lombrices. Las lombrices son tuneladoras profesionales. Van abriendo huecos en la tierra, escavan vertical y horizontalmente. Con esto, dejan unas galerías magníficas en las que se acumula el agua, el aire y por las cuales pueden desarrollarse las raíces de nuestras plantas.
Tolerar el crecimiento de hierbas apropiadas
Otra vía es tolerar, estratégicamente, el crecimiento de ciertas “malas hierbas” que tengan en su ecofisiología la función de descompactar el suelo. Plantas como el cardo, la malva o la mostaza silvestre, son plantas con fuertes raíces capaces de romper el suelo. Si las dejamos crecer, estaremos contando con un servicio de descompactación de suelo gratuito. Además, nos van a proveer de flores que atraigan a polinizadores y, además, cuando las cortemos, van a convertirse en materia orgánica para nuestro suelo.
La horca de doble mango
Por último, para airear el suelo -y soltarlo un poquito sin voltear- nos podemos servir de una horca de doble mango. Una especie de tenedor que pinchamos en el suelo provocando túneles, sin romper su estructura y sin volteo.
¿Por qué no lo pruebas?
Si has llegado hasta aquí, te animo a probar. A coger una cama de cultivo de tu huerta, no labrarla y trabajar sólo con aportación de materia orgánica.
Con estas técnicas y otras que iremos desarrollando en artículos posteriores puedes logar tener una huerta más saludable, con menor incidencia de plagas, con menor dependencia de insumos, con menor exigencia de riego, con menos gasto y con menos esfuerzo.
Los resultados no serán inmediatos. Este proceso, como todo en la naturaleza, requiere tiempo, paciencia y no menos cariño. Pero paciencia y cariño por la tierra les sobra a nuestro campesinado del Valle del Guadalhorce. De eso también puedo dar fe.
Permacultor. Investiga, implementa y difunde técnicas de agricultura regenerativa. Convencido de la necesidad de poner en valor los saberes tradicionales agrícolas y de unirlos a los avances científicos en materia de ecología para gestar una verdadera Revolución Verde.