En un rincón apartado de la provincia de Málaga, se encuentra el pueblo de Coín, rodeado por el Valle del Guadalhorce y conocido por su belleza y tranquilidad. Sin embargo, entre sus estrechas calles y antiguos caminos, se oculta una historia que ha perdurado a lo largo de los siglos: la leyenda del “Chivo de Los Callejones“.
Hace ya muchas generaciones, en una humilde casa de campo situada en el conocido Cortijo Benítez, vivía una familia que había habitado Coín durante siglos. El abuelo, guardián de antiguas historias, solía compartir con su nieta relatos de tiempos pasados, especialmente cuando ella lo visitaba durante las largas vacaciones de verano. Le encantaba pasear por los alrededores con sus perros, explorando cada rincón del agreste entorno que rodeaba la finca.
Un día, en uno de sus paseos, la curiosidad la llevó hacia el partido de Los Callejones, un área que parecía envuelta en un misterio palpable. Al comentar sus planes de exploración, su abuelo le prohibió tajantemente ir allí. La firmeza en su voz despertó en ella una curiosidad aún mayor, por lo que no pudo evitar preguntarle la razón de tal advertencia. Su abuelo, con un suspiro, le pidió que se sentara a su lado, y comenzó a relatar una historia oscura y perturbadora que había pasado de generación en generación en su familia.
La leyenda de “El Chivo de los Callejones”
En tiempos antiguos, según narraba su abuelo, Los Callejones eran conocidos como un lugar maldito. Un sitio donde las brujas de la región se reunían en la oscuridad de la noche para llevar a cabo aquelarres y rituales satánicos. Los vecinos vivían atemorizados, no solo por los alaridos y destellos que provenían de la lejanía, sino también por una serie de enfermedades inexplicables que se propagaban entre ellos, afectando tanto a personas como a animales.
Desesperados, los habitantes de Los Callejones decidieron actuar. Planearon capturar a una de las brujas para llevarla ante el tribunal de la Inquisición en Granada. Con astucia, engañaron a una de ellas, enviando a un joven con fama de ser apuesto y bondadoso para atraerla al pueblo bajo la excusa de curar a un enfermo.
Una vez en la aldea, la bruja fue apresada y llevada a juicio, donde fue acusada de múltiples crímenes. Finalmente, fue condenada a morir en la hoguera. Sin embargo, mientras las llamas la consumían, la hechicera lanzó una maldición terrible. Pidió a Belcebú que enviara un verdugo con la apariencia de un inocente cordero para castigar a aquellos que la habían llevado a su destino.
Historias vividas por vecinos en primera persona
Tras escuchar esta historia, la nieta quedó impresionada, pero lo que su abuelo le contó a continuación la dejó sin aliento. Siendo joven, él había quedado con su amigo para ir a la feria del pueblo. Este amigo decidió tomar un atajo que atravesaba Los Callejones, en lugar del camino habitual. Mientras cabalgaba en su burro por la zona, el animal comenzó a mostrar signos de inquietud, rebuznando desesperadamente. Fue entonces cuando el amigo vio a un pequeño chivo balando cerca de un arbusto. Compadecido, lo recogió y lo subió a su montura.
No había avanzado mucho cuando comenzó a notar algo extraño. El chivo que llevaba en brazos empezó a transformarse en una criatura infernal. Sus patas se alargaron, sus dientes y garras crecieron y sus cuernos se torcieron y afilaron. En cuestión de segundos, el inocente cabrito se convirtió en un monstruo, un macho cabrío negro con ojos que brillaban como llamas del infierno.
Una conversación misteriosa
A pesar del terror que lo invadía, el amigo reunió el valor para preguntarle:
—¿Tú quién eres?
La bestia, con voz grave y amenazante, respondió:
—Soy el chivo de Los Callejones.
El pánico se apoderó de su amigo, pero aún así, se atrevió a hacer una última pregunta:
—¿Por qué tienes esos dientes y esos cuernos tan largos?
Con un tono sarcástico, la criatura replicó:
—¿Acaso tu mala madre no los tiene igual que yo?
En ese instante, el chivo se desvaneció en una densa bruma gris, dejando tras de sí un olor penetrante a azufre. Aterrorizado, el amigo huyó hacia el pueblo, dejando atrás al burro y corriendo sin detenerse hasta la casa de su tía, donde pasó la noche temblando de miedo.
Al día siguiente, su amigo fue encontrado muerto en su cama. Su rostro mostraba una expresión de terror indescriptible. Sus cabellos se habían vuelto blancos como la nieve y sus ojos, abiertos y desorbitados, parecían fijarse en un punto lejano con un horror que nadie podía explicar.
Desde entonces, la historia del “Chivo de Los Callejones” ha sido contada y recontada en Coín. Recordando a todos los que la escuchan que hay lugares donde el mal permanece, acechando en las sombras, y que es mejor no desafiar a lo desconocido.
Basado en la publicación de Laura Flores Fernández (Málaga, 1982) en gibralfaro.uma.es (mayo-junio 2008).
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