En las calles doradas de El Palo,
donde el sol acaricia el azul del mar,
hay un pueblo que canta entre olas y sal,
donde la vida es abrazo y el viento, un cantar.
Los barcos dormidos susurran historias,
de pescadores viejos, de amores de antaño,
y en las tabernas el vino es memoria,
compañero fiel del buen malagueño.
Sus plazas son versos de infancia y de sueños,
donde el flamenco se eleva como oración,
y las flores adornan balcones risueños,
pintando de vida cada rincón.
Pero en este rincón de costa y poesía,
hay más que arenas y cielos dorados,
hay manos que curan, que ofrecen alegría,
y entre ellas, la de un hombre que siempre ha apoyado.
Él no solo escucha, no solo aconseja,
es faro en la noche, en la vida, un abrigo,
trabajador social que entre penas navega,
y, más que un profesional, es también buen amigo.
Su voz es calma en tormentas ajenas,
sus pasos, ejemplo de entrega y bondad,
en cada mirada hay un mar de promesas,
en cada palabra, un gesto de paz.
El Palo es su casa, su pueblo, su orgullo,
su risa es el eco que alivia el dolor,
y hoy escribo estos versos, sincero tributo,
a quien inspira con hechos, trabajo y valor.