Para aquellos que no hayan oído hablar de Álora, es un pueblecito malagueño, situado en el Valle del Río Guadalhorce, rodeado de montañas.
A pesar de ser conocido por sus cuestas o sus montañas, es mucho más que eso.
Pero, entonces, ¿qué es Álora?
Álora es un suspiro blanco entre montañas, donde las casas se abrazan unas a otras y las voces se reconocen por las ventanas.
Es un pueblo que canta con acento andaluz, que baila al ritmo del fandango, y que convierte cada esquina en un escenario cuando llegan las fiestas.
Es el tambor de Semana Santa que marca el paso del alma, el incienso que flota entre silencios emocionados y el niño que, desde pequeño, aprende a mirar con respeto los pasos que cruzan las calles de su infancia.
Es también la alegría desbordada de la feria, las luces que se encienden como estrellas en tierra y las risas que no tienen hora de regreso.
Álora es aceite nuevo y pan reciente, es la vecina que te ofrece un plato sin preguntar y el bar de toda la vida donde el tiempo parece quedarse quieto.
Es la peña flamenca que no descansa, la guitarra que nunca se guarda del todo y el canto que brota como si el pueblo mismo tuviera voz.
Es fe, es fuego, es fiesta. Pero también es calma, es siesta en verano y paseo lento al atardecer, cuando el sol cae detrás del castillo y el Guadalhorce susurra historias que solo Álora entiende.
Álora no se explica fácilmente
Es procesión y copla, es romería y madrugada, es calle en cuesta, flor en maceta y saludo sincero en cada puerta.
Aquí, cada fiesta es un reencuentro y cada día, una oportunidad para celebrar lo cotidiano con el alma abierta y la puerta sin llave.
Álora no se explica, se siente, se vive, se lleva en el alma.
Porque Álora no solo se visita… Álora se vive, se siente, y si te descuidas… te adopta.